En la vida de todo autónomo siempre llega ese hermoso momento de comunión con la patria. ¿La mili? Que va. Me refiero al día en que te intenta chulear hacienda.
Cuando el pobre autónomo nota que algo no encaja, que le han robado X00 euros, alucina. Piensa que no puede ser, que se ha tenido que equivocar él. No le pueden querer hacer pagar dos veces lo mismo.
Cuando te ha pasado antes te lo tomas con entereza. Resoplas, entre encabronado y resignado, y te decides a perder media mañana.
No te arreglas. Eres pobre y vas en bermudas (autónomo de manual), por rebeldía. Bueno, la realidad es que nunca se sabe cuándo va a ser necesario lucir pierna.
Hay una máquina para sacar tickets. ¿Dónde quedó aquello tan bonito de dar la vez?. La burocracia kafkiana está perdiendo el toque humano.
Busco en la pantalla táctil el motivo de mi visita: "Sois unos ladrones, devolvedme las perras". Inexplicablemente, esa opción no aparece. Escojo una sin demasiada convicción. Espero, indefenso y a merced de los elementos, como en una deprimente terminal de aeropuerto de segunda.
Cuando me llaman recupero la presencia de ánimo, aunque han conseguido rebajar las dosis iniciales de adrenalina. Explico el asunto con tono firme, sin enredarme. En el fondo es muy fácil. ¿Ves esto? Mira... pagado. ¿Ves esto? Mira... pagado otra vez. O me lo devolvéis o mato a alguien (también dos veces).
Uno espera una confrontación digna, una buena pelea, pero lo que ocurre es algo exasperantemente diferente.
"Tienes razón", dice con calma el vigía de mis entretelas, "lo que pasa es que a mí no me sale todavía en el ordenador".
Ya, pero tengo razón.
"Lo que pasa es que a mí me tarda en salir en el ordenador. Yo creo que tardará unos cuantos días".
¿Entonces no me devolvéis mis X00 euros ahora porque no te sale del... ordenador?
"Yo no puedo hacer nada" (me estremezco)
"Si no sale en el ordenador..." (rompo a llorar por dentro)
"Para nosotros esto es la Biblia" (me cago en todo)
Ya, pero es mi dinero, yo lo quiero tener ahora, no cuando te dé permiso el ordenador. ¿Qué tengo que hacer? ¿venir cada día a ver si te sale?
- "No no, puedes llamar por teléfono"
Ese uppercut al hígado me deja sin respiración.
Imagino que estoy dentro de un chiste de Gila y me tranquilizo.
Oigan, ¿es hacienda? ¿su ordenador tiene ya mi dinero? Pues que se ponga.
Nadie puede negar que el monstruo del foso ha sido minuciosamente perfeccionado y produce el terror del absurdo. Es la hora de los valientes.
Me cuadro. Esto no puede ser.
Veo la cara de "ya pero el ordenador..." y devuelvo mi mirada asesina. "Habrá alguien con quien hablar ¿no?. Alguien que pueda comprobar mi historia y tomar una decisión". Me mira con estupor. No es momento de medirnos las pollas, así que dulcifico la conversación y juego la baza (muy evidente) de la injusticia. "Soy un pobre autónomo con tuberculosis, que no tiene con qué pagar la cena de Navidad de su madre anciana... si usted me ayudara para que al menos pudiéramos comprar algo de jamón york y chupar la cabeza de una gamba viva..."
La mezcla entre firmeza y pena me lleva a una nueva pantalla. A lo mejor allí me pueden decir algo. A lo mejor...
Vuelvo a explicar el tema. Ya sé que tengo razón, pero valoro que me la den otra vez. Retomo el hilo: "Y entre tosidos recogeré a mis hijos y los llevaré al bosque, donde no tengo más remedio que abandonarlos..."
Estoy enterneciendo los corazones de los presentes. Todavía queda una mínima posibilidad.
Y entonces llega la frase que estaba deseando escuchar, el salvoconducto de la felicidad administrativa: "A ver, trae eso". Se lleva mis papeles a un despacho contiguo donde se decidirá mi futuro algún pontífice fiscal, al que imagino en su sillón masajeador y con los pies metidos en una pecera con peces de esos que mordisquean las pieles muertas. Lo que viene siendo un centurión magnánimo que titubea un momento y lleva su pulgar... ¡hacia arriba! ¡Ave!
Una sonrisa generosa me devuelve la documentación. Ella sabe recorrer el camino sagrado y lo ha hecho por mí. Yo también le sonrío aliviado y agradecido, ella se ha tomado el asunto en serio y, tirando de empatía y buena voluntad, ha vencido al monstruo máximo: el ordenador. "Tendrás el dinero en tu cuenta mañana", dice.
Si llego a ser un inmigrante tímido o alguien sin la suficiente autoconfianza (el efecto de las malas noticias destroza la moral de los hombres) me hubieran mandado a casa con la excusa del ordenador a la primera de cambio. Teniendo toda la razón.
Y no, eso no me parece justo.