Yo creo que al método actual le falta emoción. Si te toca el sorteo para estar en la mesa, no hay más remedio que madrugar y preparar el material: las urnas, las listas, los rotuladores fosforescentes... pero es injusto que haya que quedarse hasta el final, porque te parte el día. Mi método mola más, tiene un toque de ruleta rusa y otro de feria de pueblo. Os lo explico y vosotros juzgáis.
Están los componentes iniciales ocupando diligentemente sus puestos en la mesa. Entonces, al cabo de un tiempo (mínimo 5 minutos, máximo 55), suena un bocinazo aleatorio que va proponiendo un superordenador (con un ZX Spectrum bastará). La persona que esté ejerciendo su derecho al voto en el momento del bocinazo, pasa a ser componente de la mesa (uno entra y otro sale, claro).
Pensadlo bien. La emoción del voto sería enorme. Un subidón de adrenalina. Sales a comprar el pan, luego vas a votar, suena el bocinazo y te acabas quedando un par de horas allí. A ver cómo se lo explicas después a tu mujer.
Habría que decidir si el último equipo en la mesa electoral es el que se queda al recuento. O si hay que llamar a los del sorteo original, para que cierren el chiringuito los mismos que lo abrieron.
Lo importante sería dotar de dramatismo al proceso y repartir esfuerzos y marrones entre la ciudadanía, consiguiendo de forma colateral fomentar la abstención, que votar tenga un coste, que haya que echarle valor. Pagar un precio simbólico por la democracía. Porque lo que es gratis no se valora.
Ya sabéis que yo de política ni fu ni fa. Pero de lo que sé, sé.