A mí no me gusta ir a comprar cosas. Ropa y tal. Por eso cuando voy me lo tomo en serio, incluso con algo de prisa, para que se pase antes. Eso no significa que no me fije, al contrario, me concentro para ser lo más eficiente posible.
Para ello es necesaria la tranquilidad, cierta paz espiritual. Y si me miran o me hablan no puedo. Es como mear (salvando las distancias).
Sumemos a esto una desconfianza natural de primate revenido. El resultado es el problema al que yo quería llegar. Dependientes que te dicen "te queda muy bien", "yo lo veo de tu talla". ¿Qué pasa con esta mierda?
Yo no me fío. Tú lo que quieres es venderme el chándal, el sombrero de paja o la gorra de hélice. Me estaba viendo en el espejo y me estaba molando, pero AHORA QUE ME DICES ESTO ya no lo quiero. ¿Quién te ha pedido tu opinión?
"Creo que te favorece el color".
¿Crees?
¿Y cuándo estarás segura?
No soy tan ceporro como para no llegar a la conclusión de que si los vendedores dicen estas frases es porque la gente, en general, las agradece, y soy yo el rarito.
Quizás sea necesario inventar un sistema códigos que permita a los comerciantes saber de qué forma han de interactuar con cada clase de clientes. Y luego hacer una ley estricta. Y si hay que terminar fusilando a alguien, se le fusila.