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Una verdad incómoda

Ha llegado el momento de decir una cosa que llevo tiempo pensando. Más o menos 30 años.


En el programa de televisión El Precio Justo los concursantes debían acercarse al precio ("sin pasarse") de unos determinados bienes de consumo.
La mecánica del programa era sencilla, emocionante e incluso participativa, porque permitía gritar un precio desde casa, en sana competencia familiar. Aunque algo subyacía todo el tiempo, un tabú del que nadie quería hablar.

La Ley de Ordenación del Comercio Minorista (7/1996) establece que el comerciante tiene libertad para fijar los precios de su negocio, salvo que se trate de productos de primera necesidad o materias primas estratégicas.
En el mercado de valores o en una lonja, por ejemplo, puede disponerse de información de precios actualizada, ya sea de una acción o de una merluza. Pero hace falta una investigación compleja para conocer los precios de la cesta básica que se miden con el IPC. Porque el comerciante trata de adivinar el valor que su cliente da a un producto y fijar un precio en consecuencia. Además el precio es una variable táctica de marketing que puede ser modificada de forma casi inmediata, por lo tanto es imposible conocer el precio exacto de un bien en un momento preciso, salvo que exista un monopolio.

Ergo, todo lo que vivimos junto a Joaquín Prat en El Precio Justo fue una  gran farsa.


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