Abrió el melón anoche
Lady Alphonse en Twitter. Preguntaba qué leíamos de pequeños.
Me obligué a hacer memoria y he descubierto algunas cosas.
¿Por dónde empiezo? ¿Por la cartilla?
Ma me mi mo mu. Mi mamá me mima. Aliteración gloriosa, humming vibrante que nunca ha sido valorado como se merece.
Tengo flashes sueltos de la guardería o de mi mamá, en los que estoy aprendiendo a leer.
Lo más curioso del asunto es que no tengo ni un solo recuerdo de "no saber leer", es decir, de querer leer y no poder. Así que en mi memoria yo siempre he leído.
Primero leí
cuentos con muchos dibujos y pocas palabras. Aunque, sin ninguna duda, mi lectura preferida de la época eran
los carteles y rótulos de la calle.
Cuando los carteles empezaron a hacerse muy previsible me pasé a los tebeos.
Zipi y Zape,
Don Mickey y, por encima de todos,
Mortadelo y Filemón.
Ojo que los libretes con patos, roedores y niños que se hacen amigos de inquietantes bomberos jubilados estaban muy bien, pero no me enganchaban.
Leyendo carteles descifraba el mundo. Con Mortadelo aprendí a leer por pura diversión. Pasé del tebeo de tapa blanda al
Súper Humor, una recopilación de gran formato, casi un tomo de enciclopedia, cuyo título de ninguna manera era hiperbólico. Probé algo de
Tintín y me empapé de todo (TODO)
Asterix.
De vez en cuando leía un libro sin viñetas y me encantaba. Aunque tengo que reconocer que me enamoré de las letras dentro de un bocadillo, merendando otro bocadillo, mientras lloraba de risa retorcido en el suelo del cuarto de estar.
El peldaño más importante que subí fue el siguiente. Cada año pido el Premio Nobel de Literatura para
Juan Muñoz Martín, creador de la serie de
Fray Perico y su borrico, o la del
Pirata Garrapata. No pido el Nobel o el Gran Collar de la Legión de Honor para
René Goscinny a causa de su triste y temprana muerte en 1977. Los libros del
Pequeño Nicolás también me mataban de risa.
¿Qué significa entonces la risa en la comunicación o en la conexión escritor-lector? Pregunto por preguntar, ya que no sé la respuesta. Con el paso de los años he experimentado miedo real leyendo un libro, he llorado lágrimas muy reales, me he intrigado, sorprendido, asombrado, he conseguido entender asuntos complejos, pero
lo primero que hice fue reírme. Seguro que eso ha dejado huella.
Estamos hechos de historias, eso es lo principal. La risa sólo es un elemento, una forma de intimar, un erotismo antes del erotismo.
Ibáñez y similares, Goscinny y similares, Juan Muñoz Martín y similares, son la principal razón de que, por una extraña alquimia, yo a los 16 años estuviera leyendo a Dostoievski, a Borges, a Faulkner o a Joyce.
Y creo que también son responsables de que tantísimos años después siga siendo un apasionado del requiebro, del chiste emboscado, y hoy vuelva pasar la tarde en este blog-suelo-del.cuarto-de-estar al que hacía semanas que no venía.