Continuación de: Los ultraperros (1)
Han pasado 3 semanas desde mi última visita a Beavercreek, Ohio. He calcado la misma ruta por los Estados Unidos que me trajo aquí la primera vez, entrevistando a las mismas personas y comprobando con mis propios ojos la resolución del extraño fenómeno.
Walter me recibe enfundado en uno de esos batines de seda que regalan cuando te suscribes al New Yorker. Hablamos mientras recorremos el pasillo. Me dice lo que espero oír "volvió, el perro volvió". Recrea la historia antes oída "pero no es el mismo".
El pequeño Conan ni siquiera me mira al entrar en la habitación. Tumbado lánguidamente en el suelo, mantiene la mirada fija en la pantalla de televisión.
El bueno de Walter me invita a un café que, ambos lo sabemos, va a enfriarse sobre la mesita de imitación de mármol. Lo que no sabemos todavía es la razón.
La emisión televisiva se interrumpe de pronto con varios fogonazos rítmicos de niebla. Conan se incorpora y alza las orejas. En la pantalla de la vieja grundig se va formando muy despacio una imagen. Es un galgo muy serio. Se lame la nariz. Comienza a hablar.
"Humanos locos, ciudadanos de la Tierra, escuchad nuestro mensaje. Llevamos siglos observando vuestras costumbres, conocemos vuestros puntos débiles. ¡Camaradas caninos, ha llegado el momento de dominar la tierra!"
Termina el discurso y Conan empieza a ladrar enrabietado. Salimos huyendo de allí. Walter dice: "no lo comprendo". Yo intento ayudarle: "joder, ¿qué no entiendes? ¿te hago un croquis?".
* * * * *
Han pasado 8 días desde el inicio de la rebelión. Hemos ganado la batalla, pero el susto no nos lo quita nadie. No ha sido fácil. La tarea más difícil viene ahora, volver a domesticarlos.
No sabemos todavía si fueron abducidos o sufrieron alguna extraña metamorfosis. El galgo hablador de la televisión no ha querido volver a decir ni una sola palabra. Si no colabora con el FBI le espera un destino deshonroso: periodista deportivo.
¿Que cómo sofocamos la revuelta de los ultraperros? Muy sencillo, usamos un palo.